Descifrando el universo en el siglo XXI: El azar no existe, los sucesos quánticos marcan el devenir de los acontecimientos….
En un universo donde todo se comporta de una forma que el ser humano no es capaz de comprender, existe la suerte o azar.
En un universo donde se conocen todas las variables y sus infinitos estados quánticos existe el destino o la inevitabilidad.
Las dos definiciones son igual de
válidas. Vamos a ir un caso clásico. Lanzar un dado de 6 caras. Puede
salir cualquier numero, azar, ¿no?.
No, con un ordenador quántico capaz de
computar todas las variables quánticas que intervienen en el lanzamiento
de un dado, que para hilar fino, serían cada una de las fuerzas de cada
uno de los objetos, rayos, energías y demás elementos desconocidos que
existen en todo el universo te podría decir que número saldría. A fecha
de hoy, es imposible, con un computador.
Allí es donde entra en concepto de
sincronicidad con el universo, llamado de muchas otras formas según la
religión o creencia que lo mencione. Dicha sincronicidad une a todos los
elementos que conforman el universo.
Se ha “comprobado” su existencia,
pongamos el ejemplo de la entropía en cuanto a la física, la empatía en
el terreno de la psicología, y el Karma en la religión.
Recuerdo una conferencia en la Facultad
de Informática de Barcelona que un ponente repetía constantemente que la
buena suerte se crea por uno mismo. A lo cual lleva pensar, ¿es posible
que el cerebro humano pueda entrar en sincronía con el universo para
condicionar el “azar o destino” quántico a su voluntad?
Me atrevo a afirmar que es posible y que ocurre. La sociedad conoce a
dicha gente como videntes (en caso que se sincronicen con el futuro), o
bendecidos (aquellos que la sincronía con el presente les beneficia de
forma contínua).
También existen los conocidos objetos que
“dan suerte” ya sea de forma positiva o negativa. De la misma forma que
una persona entra en sincronía con el universo, es factible pensar que
un objeto este en sincronía aportando un campo parecido al magnetismo de
resoluciones favorables en decisiones quánticas del sujeto portador y
sus cercanías, o que simplemente el hecho de disponer de dicho objeto
vuelve más receptivo a la sincronización a su portador ya sea de forma
voluntaria o involuntaria.
Para concluir, me gustaría que hicierais
un experimento: coger un dado, y lanzarlo X veces anotando que números
han salido. Luego repetir el experimento creyendo y concienciándote que
tú elijes el número al lanzar el dado (sin hacer trampas), quizá os
sorprendáis, y si no…¡a practicar la sincronicidad con el universo!
La mirada estética: perspectiva planetaria de la Tierra vista desde el espacio
Los astronautas más viejos tuvieron que recurrir al lenguaje de
las religiones para explicarse la sensación de unidad recobrada y
asombro que ya no los abandonaría jamás.
Cuando uno ve imágenes de las cúpulas
del Vaticano, de las huellas dejadas por los habitantes de Nazca o el
trazo urbano de Tenochtitlán, uno entiende que durante milenios el
hombre ha apelado a una mirada ajena al del hombre mismo; se trata de
construcciones hechas para un observador no limitado por la gravedad
terrestre. En las culturas antiguas sólo los muertos y los dioses podían
ser depositarios de esa mirada para la que nuestras construcciones
esperaban pacientemente, desde tierra firme, a ser vistas como sus
arquitectos suponían que debían ser vistas. Desde el cielo.
Entre otras cosas que nuestra
hipermodernidad da por sentado, el viaje al espacio ha dejado de
parecernos asombroso y fascinante. Los niños ya no quieren ser
astronautas (“qué horror, aprender tantas matemáticas…”, lo escuché, lo
juro); ahora quieren salir en MTV o algo así. Tal vez las generaciones
más recientes del planeta nunca podrán recibir con el mismo asombro las
noticias de los viajeros del espacio exterior como hicieron nuestros
padres antes que nosotros.
Recuerdo que mi padre me contaba justo
dónde estaba cuando se transmitió el primer alunizaje. Probablemente
todos ellos lo recuerden: teorías de conspiración aparte y lo que se
quiera, el próximo 20 de julio se cumplen 44 años de la misión Apollo
11, que en 1969 nos mostró la Tierra –y a nosotros mismos– como nunca
nadie la había visto.
El choque estético que sufren los astronautas es algo de lo que se habla muy poco. Hay un pequeño documental (que puede verse completo aquí) llamado Overview
que relata justo eso; en las oficinas de la NASA, durante la misión
Apollo 8 en 1968, los técnicos estaban tan absortos resolviendo todos
estos pequeños problemas relacionados con el viaje que de pronto se
quedaron fríos frente a la imagen que veían en sus monitores: ese punto
azul en medio de la nada.
Ahí estamos. Todos, los que estamos y
los que estuvieron. Estábamos en lo cierto, vivimos en un planeta.
Siempre lo hemos sabido, claro, pero nunca lo habíamos comprobado.
Voyeurs espaciales
Los astronautas más viejos tuvieron que
recurrir al lenguaje de las religiones para explicarse la sensación de
unidad recobrada y asombro que ya no los abandonaría jamás. Un puñado de
hombres y mujeres que franquearon la barrera planetaria, atravesando el
globo azul como una bala, sin ver por ninguna parte el rastro de los
dioses que debían ocupar esa inmensidad que, pese a todo, no se reveló
vacía: tal vez eso sea parte del trauma que como especie supuso el viaje
intergaláctico, su forclusión, o tal vez su normalización: vemos “la
imagen del día” de la NASA y el asombro suma asombros que eventualmente
nos anestesian para la belleza misma.
Otra galaxia con forma de flor. Otra
variedad de supernova siendo devorada por un hoyo negro. Otro sistema
solar que los científicos creen que podría ser habitable. Rastros de
agua en Marte. Manchas solares en el rostro de las estrellas. Estrellas y
estrellas, miles de veces más grandes que nuestro propio sol, ardiendo
calladamente al fondo de la foto. Sonrían, están siendo grabados, les
dice el Hubble con su violentísima presencia de satélite artificial, de
voyeur intergaláctico.
En alguna parte dice Paul Virilio que
ese horizonte vertical del cielo es la última frontera de la velocidad.
Podemos pensarlo como el abismo invertido en el que vivimos desde que
pudimos vernos desde el hueco del espacio; en serio no hay a dónde ir.
Esto puede ser utilizado para elaborar un argumento ecologista neurótico
(¡miren cómo se ve devastado el Amazonas, miren cómo se mueve ese
casquete polar de por allá!), pero a mí me gusta más pensarlo como una
suprema afirmación de la vida.
Es decir: el problema ecológico en el
que nos hemos metido está comprometiendo nuestra sobrevivencia como
especie en el mundo. Lo sabemos todos, lo escuchamos a diario, pero –al
igual que la conciencia tiene problemas en imaginar la muerte, pues esto
implica imaginarse no siendo– somos incapaces de imaginar que un día el ser humano no vivirá más en el planeta que antes llamó Tierra.
Me gusta mucho esta idea, la de vernos como una anomalía que la propia naturaleza se encargará de suprimir o regular.
Un pequeño cambio en la temperatura aquí, otro pequeño cambio en la composición de la atmósfera y ciao, bambini.
Tierra I
Disfruto mucho esa fragilidad, imaginar
que, en los restos de la vida terrestre, surgirán (¿acaso ya existan?)
formas de vida que pueden respirar ácido clorhídrico o vapores de
azufre. Que la vida encontrará formas de seguir siendo vida, porque eso
es al final lo que la vida hace –a diferencia de nosotros, de la
soberbia que nos lleva a igualar esta presunta inteligencia con una forma de vida superior,
lo que sea que eso signifique, y darnos una y otra vez las mismas
excusas, los mismos simulacros de conciencia: ya se les ocurrirá algo.
Ya inventarán una segunda atmósfera o nos llevarán a otro planeta. Los
científicos, los astronautas. Si pudieron inventar el iPhone no podremos
extinguirnos.
¿O sí?
Es que la palabra clave en la mirada desde el espacio es también clave en la pintura, en la renacentista, por ejemplo: perspectiva.
Perspectiva es dejar vacante el lugar desde donde nos veíamos a
nosotros mismos, cambiar el enfoque, literalmente el punto de vista que
el observador asume, replantear el origen de esa mirada. Nadie ha venido
a desmentirnos públicamente de que somos esta civilización poderosa y
floreciente en la última arruga del culo del universo, por eso podemos
seguirnos contando cualquier historia que nos ayude a dormir por la
noche (sea religiosa o científica), porque lo real de una perspectiva
cósmica es que somos simios hiperdesarrollados a bordo de una piedra
azul que viaja por el espacio, los cuales no tienen la menor idea de qué
están haciendo. No tenemos parámetros para asumir esa perspectiva.
Tendríamos que inventarlos.
Modestamente creo que nos detiene esta
mezquindad política, este cuento de la identidad y la diferencia, este
provincialismo ontológico de la mirada sobre nosotros mismos y nuestra
historia. Como en la consabida metáfora de la mosca que es monstruo
vista demasiado cerca, estamos demasiado convencidos del cuento que nos
hemos contado todo este tiempo: las fronteras y los estados-nación son
necesarios, el capital: acumularlo, acceder a él, arrebatarlo si es
preciso, hackearlo, habitar su fisura; hacer que ciertas formas de lo
humano sean aceptables y otras marginales; seguir pensando que hay
formas de vida humana “ilegales”.
Nadie parece ilegal desde el espacio, por ejemplo.
Nada parece estar puesto sobre el planeta por error –más que nosotros, quienes quiera que seamos.
Tierra II (spoilers ahead)
Tengo atorados un par de argumentos respecto a Man of Steel,
la nueva película de Superman, y siento que si no los escribo aquí y
ahora ya no los voy a escribir nunca. Como es fácil ver, hay muchas
conexiones entre la mirada que he propuesto en las líneas anteriores, la
de los astronautas que vuelven del espacio y la de Superman. Se trata
del héroe de mi infancia. En otra parte he descrito mi fascinación/aversión por el personaje.
Aunque disfruté muchísimo la última película, no puedo dejar de pensar
en que es la fantasía del ultimatum gringo. Me lo explico así: incapaces
de generar cambios radicales que aseguren la supervivencia de su
civilización, los kriptonianos trasladan su modelo de civilización a
otros planetas, donde reproducen las mismas prácticas coloniales que
ulteriormente los llevaron a destruir su propio planeta. Kal-El y el
general Zod ocupan estructuralmente la misma función en ese programa
colonizador.
Podemos pensar que Kal-El es más
“humano” porque ha aprendido a contenerse y controlarse (“conocerse a sí
mismo”, dirán algunos malcitando a Sócrates sin recordar que Foucault,
por ejemplo, priorizaba más el “procúrate a ti mismo” como eje de la
acción contingente de la subjetividad, etc.), pero olvidamos que al
asesinar a Zod está eligiendo, incapaz de no-elegir, una forma de
civilización sobre otra. En tanto especie estamos eligiendo
colectivamente todo el tiempo una forma suicida de civilización,
una que no podremos sostener en sus condiciones actuales por mucho
tiempo más, y que sería un acto de psicopatía cósmica perpetuar en otros
planetas.
Por otro lado, la escena donde Superman
destruye el drone de vigilancia dice tal vez demasiado, tal vez a pesar
de sí misma, sobre la idiosincracia mítica que originó a este
superhéroe: no puedes vigilarme, dice; no puedes controlarme, no puedes
ordenarme nada. Pero soy más americano que Kansas, soy lo
americano mismo, lo gringo-ahí. Podemos platicar, si quieres. Llegar a
algún acuerdo de mutua protección, le dice veladamente al general o
representante simbólico de la especie/tercer mundo que lo persigue en su
patrulla.
Lo que vemos en esa escena no es un nuevo pacto de concordia: yo creo que es una amenaza bastante elocuente de lo que Estados Unidos está haciendo desde el destape de la vigilancia discrecional del panóptico digital PRISM.
Sólo desde la certeza del poder puede operar el cinismo con que la
vigilancia global se presenta en nuestros días; un poder que nadie pone
en duda, por cierto. No tenemos medios para hacerlo, como un hombre que
tratara de enfrentarse con palos, piedras o tanques a Superman.
De pronto el planeta me parece demasiado
pequeño. Como si estuviéramos encerrados con todos los asesinos y
dementes y accionistas de Wall Street y agentes de telemarketing, con lo
peor de la raza humana, en suma. Uno quisiera un afuera más afuera:
vamos a la calle y estamos encerrados en la calle; vamos al espacio y
estamos encerrados entre las estrellas. Tal vez la conciencia sea eso
que, para existir, debe devorarse a sí misma. Y que puede operar, de vez
en cuando, lo que las religiones conocen como milagros cuando deja de
identificarse consigo misma y puede verse como otra, como ajena. Mirada
terrestre y mirada del espacio son dos formas radicales de extranjería
solamente, dos formas de la misma vulnerabilidad. La nuestra.
Tal vez por eso preferiría ser un astronauta que ser Superman.
Twitter del autor: @javier_raya
Super Luna la madrugada de este domingo 23 de junio de 2013
Este domngo 23 de junio tendrá lugar el espectáculo anual de super luna, el momento en que nuestro satélite se encuentra en su punto más cercano con respecto a la Tierra y, en consecuencia, ofrece todo el esplendor de su rostro.
Luna sobre el Partenón, 20 de marzo de 2011 (Anthony Ayiomamitis/TWAN). |
La superluna es uno de esos eventos
astronómicos que sin ser raros en el sentido de infrecuentes, no por
ello es menos espectacular. En términos generales se trata de una luna
llena que por el lugar de la órbita con respecto a la de la Tierra
ofrece un acercamiento más allá de lo habitual, de modo tal que desde
nuestro planea se observa con un tamaño verdaderamente extraordinario.
Este 2013 la madrugada del domingo 23 de
junio es el día señalado para ser partícipes de este espectáculo que
por fortuna toca a prácticamente todo el planeta. El momento de máximo
esplendor lunar está fijado a las 5:32 am de la Ciudad de México
(UTC-5). Si quieres saber a que hora será en tu ciudad, simplemente
consulta el huso horario y calcula de acuerdo a esta referencia.
Y si bien simbólicamente una proximidad
semejante ha alentado las más diversas creencias —hay quien asegura que
la superluna enloquece a las personas e igualmente que provoca desastres
naturales por su influencia gravitacional sobre nuestro planeta—, lo
cierto es que lo más probable es que se trata de un suceso que nos
revele súbitamente el milagro de la existencia, una de esas cosas que en
un instante de lucidez nos revelan el milagro de estar vivos —lo cual,
en cierto sentido, parece más que suficiente.
Fuente: pijamasurf.es
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